Es igual que siempre. Todos los veranos lo mismo. El cielo
nos da bofetones de azul durante el día, pero, de repente,
al caer la noche, el gris comienza a inundarlo todo, las nubes
se cabrean y giran, como peonzas, y entonces, con algún
trueno de por medio, comienza a llover. Con rabia e ira. Es
otro agosto más en este pueblo. Sin playa. Pero contigo.
Que por favor te espere hasta las diez. Siempre me haces lo
mismo. Y siempre me acaba lloviendo encima. Y en esos momentos
deseo imaginarte como un pez muerto, con la boca reventada,
flotando sobre un puto charco. Pero esto se acabó.
Esta será la última vez que te esperaré.
He comprado cianuro y carbamato. Llegarás corriendo,
empapado y con ganas de besarme. Me pedirás perdón
y me dirás al oído que cuando la lluvia me abraza
estoy más guapa. Pero de nada te va a servir. Te voy
a envenenar. Te vas a morir. Y como hiciste la confirmación
pero has follado antes de casarte, no irás al infierno
ni al cielo. Te quedarás en ninguna parte, deseando
que me muera para volver a abrazarme ¿Quién
esperará a quién a partir de ahora?.
Por Beatriz G. Aranda
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